En este sentido, la primera medida odiosa fue el establecimiento de los Tribunales de Vindicación, ante los cuales debían acudir las personas que habían colaborado con los gobiernos patriotas para explicar su conducta. El Tribunal expedía un documento que si era favorable al interesado le permitía seguir disfrutando de su cargo si era empleado o militar, y ponerlo a salvo de futuras medidas represivas si era un particular.
También se ordenó el arresto de las personas que habían tenido notable actuación en los gobiernos patriotas; función policial que estuvo a cargo del Batallón los Talavera, al mando del capitán Vicente San Bruno. En el resto del país se cumplieron órdenes similares. Muchos de estos detenidos fueron confinados en diversos puntos del país y unos cuarenta remitidos al archipiélago de Juan Fernández, entre los que se encontraban destacados criollos como Manuel de Salas y Juan Egaña.
Además de los anterior, un grupo de hombres recluidos en la cárcel de Santiago fue víctima de una brutal intriga destinada a sembrar el terror en la población. Bajo la excusa de una falsa fuga varios de ellos fueron asesinados.
La persecución contra los patriotas también se dio en el aspecto económico. En este sentido, las medidas que se tomaron tendieron a castigarlos y a allegar fondos para los gastos públicos. Osorio ordenó establecer una Junta de Secuestros, con el fin de incautarse de los bienes de los patriotas y administrarlos mediante arriendos entregados en remate mientras se decidían las causas de aquellos.
También en el plano económico se implantaron exacciones bajo el concepto de empréstitos forzosos.
En forma paralela a la persecución política y económica, existió la preocupación por abolir las reformas criollas y reimplantar las coloniales. Incluso muchas de las reformas fueron suprimidas sin que mediasen órdenes específicas como fue el caso de
En materia eclesiástica se restituyó al obispo realista José Santiago Rodríguez Zorrilla, el pago de los derechos parroquiales y la orden de continuar enviando dinero a Lima para el funcionamiento de
Gobierno de Casimiro Marcó del Pont (1815-1817)
En diciembre de 1815 llegó a Chile este nuevo gobernador, que en el ejercicio de su autoridad extremó más el rigor, provocando problemas con todos los niveles de la población chilena hasta provocar la insubordinación y la aparición de montoneras.
Se creó un Tribunal de Vigilancia y Seguridad Pública para cumplir estas disposiciones y mantener el orden. Las actuaciones de este Tribunal fueron odiosas y dieron lugar a delaciones, espionaje y allanamientos; acciones que en su conjunto fueron provocando un profundo malestar en la población.
Por otra parte, agente enviados por los patriotas desde Mendoza incitaban a la resistencia y alentaban la esperanza de una pronta liberación. Entre estos hombres, destacó nítidamente Manuel Rodríguez, joven abogado que había actuado como secretario de José Miguel Carrera y que ahora era el enlace principal entre los patriotas de uno y otro lado de los Andes. Rodríguez, con su habilidad para mezclarse con la gente, burló a las autoridades españolas. Se extremaron las medidas policiales, mientras el odio contra los españoles se iba extendiendo en los grupos modestos del pueblo. El descontento se propagó también a las provincias y en ese ambiente los patriotas pudieron moverse con mayor facilidad y de esta manera empezaron a aparecer montoneras, destinadas a provocar el desconcierto entre los españoles antes de la llegada del Ejército Libertador que se preparaba en Mendoza.
A comienzos de 1817 ya las montoneras pudieron llevar a cabo dos golpes de gran audacia y efecto. Dirigidas por Rodríguez, practicaron un asalto a Melipilla y unos días más tarde a San Fernando, terminando sus acciones exitosamente.
Estas acciones demostraban que el pueblo estaba contra la dominación española y que esperaba sólo el momento propicio para alzarse en su contra. Además, las tropas de Marcó del Pont debieron ser dispersadas en la región recorrida por guerrilleros entre Santiago y Talca, y no pudieron hacer frente en su totalidad al comienzo de la invasión del Ejército Libertador.
El Ejérciro Libertador
Luego del Desastre de Rancagua se produjo la emigración patriota hacia Mendoza. En ese lugar era gobernador de Cuyo el coronel José de San Martín, quien había asumido ese cargo en septiembre de 1814, pretextando mal estado de salud. En realidad, se experiencia sobre la guerra en el Alto Perú le había hecho llegar a la conclusión que por las condiciones naturales de la zona y el estado de las fuerzas militares, ni el bando patriota ni el realista, podían conseguir en esa región un triunfo definitivo; por lo tanto, lo mejor era confeccionar un nuevo plan que permitiera consolidar la emancipación de América del sur.
Con ese fin, San Martín elaboró un plan que contenía los siguientes puntos:
1) Mantener en el Alto Perú una guerra defensiva.
2) Organizar en Mendoza un ejército pequeño y disciplinado.
3) Invadir Chile y derrotar a los realistas en este país.
4) Apoyar en Chile un gobierno sólido y amigo.
5) Aliarse con este gobierno en la preparación de una expedición libertadora que invadiera Perú por mar y derrotara luego al grupo de las tropas realistas.
San Martín estaba convencido de que mientras no se consolidara la independencia del Perú y se expulsara a los españoles de ese lugar nunca estaría segura la emancipación chilena y Argentina.
Por otro lado, los emigrados chilenos en Mendoza continuaron divididos entre o’higginistas y carrerinos. O´Higgins y sus partidarios lograron ganar la confianza del gobierno de Cuyo; en cambio, Carrera debió abandonar ese lugar y dirigirse a Buenos Aires. A partir de ese momento O’Higgins y los militares que le seguían cooperaron estrechamente con San Martín para preparar un ejército que librase a Chile.
Con diversos procedimientos, San Martín y O’Higgins lograron formar el Ejército de los Andes, una fuerza bien organizada de aproximadamente 3.600 hombres, entre chilenos y argentinos.
En enero de 1817 el ejército salió de Mendoza, formando tres divisiones, las cuales eran mandadas respectivamente por O’Higgins, Soler y Las Heras. El ejército debía entrar a Chile por diversos puntos entre el valle de Copiapó y Curicó para desorientar a las autoridades realistas y levantar a la población de esa comarca.
Las Heras atravesó la cordillera por Uspallata y ocupó Los Andes. O’Higgins y Soler cruzaron por el paso de los Patos o Valle Hermoso y cayeron sobre San Felipe. Las tres divisiones se concentraron luego en Curicó para marchar sobre Santiago (9 de febrero de 1817). Otros destacamentos pequeños cayeron sobre Copiapó, Coquimbo, San Gabriel y otro dirigido por Freire pasaba por el Planchón y se unía a los guerrilleros de la región central.
Las fuerzas realistas poco pudieron hacer para enfrentar la invasión. Sólo unos 1.600 soldados realistas, al mando de Rafael Maroto, lograron concentrarse en la cuesta de Chacabuco donde fueron derrotados por Bernardo O’Higgins (12 de febrero).
La derrota realista permitió al ejército patriota entrar en Santiago dos días después en medio de entusiastas demostraciones de alegría.
Maroto, algunos oficiales y funcionarios públicos y alguna tropa lograron embarcarse en Valparaíso rumbo al Callao. Marcó del Pont no lo pudo hacer, hecho prisionero fue desterrado a Cuyo donde falleció en 1819.
El 15 de febrero un cabildo abierto ofreció a San Martín la dirección suprema de Chile, cargó que el patriota argentino rechazó según los principios de su plan de encabezar una expedición contra el Perú; propuso a O’Higgins, oferta que otro cabildo abierto, el día 16, aceptó. De esta manera, O’Higgins se transformó en director supremo, inicialmente sin restricciones a su mando.